El deporte como empresa
Hubo un tiempo en que el deporte sólo se hacía por amor al deporte. Los aficionados a un deporte se reunían y lo practicaban donde podían o se asociaban a un club sin finalidades de lucro. ¡Qué tiempo remoto y qué lindo!
Hoy día sigue habiendo asociaciones deportivas informales y clubes deportivos. Pero los grandes espectáculos deportivos, los que llenan los estadios con decenas de miles de espectadores, son empresas. Algunas de estas empresas deportivas son de propiedad privada y otras son sociedades anónimas cuyas acciones se cotizan en la bolsa. Hay empresarios que poseen al mismo tiempo equipos de hockey y destilerías de whisky.
Otros combinan exitosamente negocios de este tipo con la política. Por ejemplo, antes de llegar a la presidencia de los Estados Unidos, George W. Bush hizo fortuna adquiriendo y administrando el equipo de béisbol Texas Rangers, que venía con un estadio costeado por los contribuyentes de Texas. ¡Notable ejemplo de libre empresa y de deporte en la noble tradición de los Juegos Olímpicos helénicos!
El deporte comercial no se limita al mundo de los negocios, sino que ha penetrado en el de la educación. En efecto, toda universidad norteamericana que se precie, posee equipos deportivos que funcionan al igual que las empresas deportivas privadas, aunque con el único propósito de obtener donaciones de sus ex-alumnos.
Los atletas que actúan en las empresas deportivo-comerciales son gladiadores bien pagados, que se compran y venden como si fueran toros de lidia o monos amaestrados. Lo mismo vale para sus entrenadores.
Ridículo y corrupto
Este mundo de la empresa deportiva tiene dos costados anómalos: es ridículo y corrupto. La ridiculez consiste en que decenas de miles de personas se junten en un estadio para mirar jugar a unos pocos profesionales del deporte ¿Qué tiene de deportivo mirar las acrobacias de otros al mismo tiempo que se come una salchicha y se bebe una botella de agua azucarada?
El costado moral es peor. En primer lugar, no es justo ni legal comprar y vender personas. Esto se hacía en tiempos de la esclavitud y del feudalismo. La compra-venta de personas contradice un precepto jurídico básico de todas las sociedades civilizadas: las personas no somos mercancías.
En segundo lugar, en el deporte comercial lo único que cuenta es ganar. Esto da lugar a corrupción: algunos gladiadores consumen esteroides y anfetaminas; los árbitros suelen ser tentados por coimas; algunos entrenadores reclutan atletas usando muchachas bonitas como cebo, etcétera.
Por si hiciera falta, recordaré algunos episodios recientes. El primero es el escándalo que conmocionó a la Universidad de Colorado, que goza de merecido prestigio académico. Se descubrió que el entrenador de su equipo atlético organizaba orgías a las que invitaba a atletas promisorios para que conociesen a chicas bonitas. Algunos estudiantes, debidamente alcoholizados, violaron a compañeras: este era el premio por enrolarse en el equipo. Es verdad que algunas de las chicas denunciaron el escándalo, a consecuencia de lo cual el entrenador fue suspendido por dos años. Pero siguió cobrando su sueldo de 1.600.000 dólares por año durante ese período.
Segundo ejemplo: se descubrió hace poco, también en los Estados Unidos, que otro entrenador proveía a sus atletas de drogas que mejoraban su desempeño. Algunos de esos héroes deportivos ganaron medallas olímpicas. Hasta ahora nada ocurrió. El entrenador sigue en su puesto, los atletas conservan sus medallas y el laboratorio químico que vendió las drogas sigue haciendo pingües negocios.
Tercer ejemplo: en tiempos de la dictadura de Saddam Hussein, los atletas iraquíes que perdían eran torturados. Cuarto ejemplo: en la fenecida República Democrática Alemana había fábricas de atletas olímpicos que, además de entrenarse rigurosamente, recibían esteroides que masculinizaban los cuerpos femeninos.
Pero el colmo de la corrupción deportiva es el de los atletas que se entrenan como hombres y compiten como mujeres. El truco es este: algunos atletas, después de haberse forjado un cuerpo musculoso y un cerebro al servicio exclusivo del músculo, se someten a una operación quirúrgica para cambiar de sexo. De este modo compiten en la categoría femenina y, desde luego, les ganan a las mujeres naturales que rivalizan con ellos.
Por amor al lucro
¿A qué se debe esta corrupción del deporte? A que ya no es deporte, a que se ha transformado en una industria como cualquier otra. Y en toda industria hay empresarios que, por amor al lucro, estafan al consumidor.
¿Cómo corregir estas desviaciones? En primer lugar, hay que sancionar la compra-venta de atletas. En segundo lugar, hay que sancionar severamente el consumo de drogas que confieren ventajas a los atletas que las consumen. No basta despojar a los culpables de sus medallas ni despedir a sus entrenadores: hay que tratarlos como estafadores y, sobre todo, sancionar a sus empresarios. ¿Hará falta promulgar nuevas leyes e inventar e instituir un Derecho Deportivo para poner en práctica esas medidas? No lo creo. Creo que ya existen la legislación y el código moral necesarios. Además, ya se sabe que no hay ley que valga a menos que cambien las costumbres. Recuérdese el precepto romano: Leges sine moribus, vanae.
Creo que para limpiar el deporte hay que tomar varias medidas. La primera es hacer cumplir las leyes mencionadas, en particular las referentes a la compra-venta y al doping de gladiadores.
La segunda medida es eliminar los premios, incluso las medallas, como se hacía en los Juegos Olímpicos helénicos. Que se juegue por amor al juego y no con el exclusivo propósito de ganar. Que no se trate ya de ganar a toda costa sino de jugar por el mero gusto de jugar.
La tercera medida es poner el deporte al alcance de todos para que la gente pueda practicarlo en lugar de limitarse a contemplarlo. Con lo que cuesta un estadio multitudinario puede financiarse la construcción de decenas de campos deportivos vecinales.
La cuarta medida es educar al público para que deje de apreciar a los atletas comerciales más que a los escritores, artistas, actores, científicos, ingenieros y médicos.
Pero ¿dónde están los educadores, escritores, artistas y científicos capaces de hacer que el libro, el teatro o el museo atraigan tanto como la cancha? Y ¿dónde están los políticos dispuestos a reemplazar el circo romano por el campo deportivo accesible, la biblioteca popular, el teatro y el museo?
En resumen, la única manera de limpiar el deporte es promover el que vuelva a practicarse por el amor al deporte.
E S G R I M A P E R U